El hombre que amó a la Luna

Novelas de Tom Spanbauer

Sabía que ocurriría, más pronto que tarde. Era cuestión de biología.

Nacemos, crecemos y sobrevivimos hasta que el cuerpo pone punto final. Algunos se reproducen en nuevos seres humanos, porciones de ADN más o menos parecidas a sí mismos. Otros lo hacen con obras de arte, con negocios, con acciones que marcan a los demás de muchas formas. Todos dejamos huellas, superficiales o profundas, indelebles o volátiles. Las tuyas fueron extrañas, irregulares, invisibles para el gran público, imborrables para tus lectores.

Huellas grabadas en la tierra roja de las montañas de Idaho.

Sabía que ocurriría, pero eso no mitiga la tristeza. Lo habías anunciado en tu último libro, una novela crepuscular sobre la enfermedad, la decrepitud de los cuerpos y el amor, siempre el amor, a través del tiempo. Sonaba a adiós, porque lo era. Todos lo supimos.

Después de leer esa última historia adopté una costumbre: cuando moría una persona mala y poderosa (todos somos malos para alguien en un momento dado, pero tú sabes de qué hablo) y las redes y los noticieros se llenaban de panegíricos, yo tecleaba tu nombre y comprobaba que seguías vivo, más allá del sida y el “que te jodan” del sueño americano.

Un viejo pernicioso que se burlaba de los mormones con su escritura peligrosa, marginada y dolorida.

Me dejas sin venganza, querido Tom. Albergué la esperanza de viajar un día a USA para conocerte en persona hasta que nació mi hijo mayor. Cuando él llegó (con la incertidumbre, el dolor y la enfermedad bajo el brazo) tuve la certeza que ese viaje no se escribiría jamás.

Pero los escritores viven a través de sus libros y ahí nos encontraremos.

La Tierra del Coyote está en todas partes. Y la Luna sabe cuál es su sitio en el cielo, sobre las montañas de Boise o entre los rascacielos de Nueva York.

Hasta siempre, amigo.

Tom Spanbauer (1946-2024)

Tom Spanbauer


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